martes, 3 de abril de 2007

EL REGRESO

Cap. III CERCA DEL MOLUENGO



Al tercer día todavía no se sabía nada de Medín, se habían activado todas las alarmas, su búsqueda había adquirido registros nunca recordados... pero no había ni rastro; la Guardia Civil había enviado un aviso a todas las Comandancias de España con los datos del joven y del seiscientos......!Nada!

La suerte, la providencia o la casualidad quiso que un masovero de un caserón cercano al Moluengo encontrara a Medín en medio de un sinuoso camino que atravesaba los montes de la zona, el masovero, que iba con su mulo, se acercó al cuerpo, le tomó el pulso y percibió que aunque tenue indicaba que había un hilo de vida; sin pensarlo dos veces lo subió a lomos del caballo y regresaron a la Masía.

La Masía se encontraba perdida entre los montes y estaba habitada por Mateo y su mujer, Plácida, el matrimonio apenas tenía contacto con la civilización ya que tras la guerra civil entre el maquis y la Guardia Civil les habían destrozado la vida; los unos exigiendo comida y cobijo, los otros amenazándoles por dar cobijo y comida a los bandoleros; total que apaciguada la guerrilla Mateo y Plácida decidieron que con lo que tenían podían sobrevivir sin necesidad de tener contacto con la civilización.

De lejos Mateo gritó: !Plácida! !!Plácida!! !Prepara el jergón que llevo a un muchacho malherido!
al entrar en el casalicio Plácida se llevó las manos a la cabeza y le dijo a Mateo !Pero que has hecho, hombre de Dios, el muchacho está muerto! !No, Placida! el pulso aun late.

Le tumbaron en la cama y le arroparon con mantas ya que el frío era intenso y Medín estaba como un témpano; Plácida le puso una cataplasma de hierbas sobre la frente y Mateo le masajeaba los piés para que entrara en calor, al rato el cuerpo de Medín había recobrado al menos la temperatura corporal....pero seguía inconsciente.

Durante tres días le velaron, le cuidaron, le asearon, intentaron darle caldo....pero todo seguía igual; Mateo le contó a Plácida que había oído decir que mientras el pulso no dejara de latir lo único que había que hacer era darle agua y esperar, que en esas circunstancias y habiendo pasado cuarentayocho horas había gente que después de unas semanas había conseguido sobrevivir...."Si se muere lo enterraremos en nuestro cementerio, mientras tanto debemos esperar".

Tanto Plácida como Mateo humedecían constantemente con un paño mojado en agua los secos labios de Medín, le colmaban de cuidados y atenciones pero Medín no daba ni un atisbo de señal de vida; Mateo no dejaba de repetir "mientras el pulso siga latiendo aunque sea débilmente, no está muerto".

A las semanas Medín había pasado a formar parte, sin saberlo, de la vida de Plácida y Mateo.

Una mañana, antes de irse al monte con las ovejas, Mateo se sentó un rato al lado del jergón...no sabiendo si había sido el deseo o la realidad el caso es que le pareció que el muchacho intentaba levantar el párpado derecho, llamó a Plácida y le dijo que estuviera todo el día pendiente por si el muchacho despertaba.

Al atardecer, como cada día, Mateo regresó a la Masía; ésa tarde con la esperanza de que el muchacho hubiera dado alguna sñal de vida, pero no fué así.

!Plácida, mientras el pulso lata está vivo!

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