domingo, 22 de abril de 2007

EL REGRESO

Cap. VII DESPERTAR


Esa mañana, antes de irse a los quehaceres de la Masía, Mateo se acercó a la cama donde yacía Medín con un cierto pálpito de esperanza; por la noche le había parecido oir sonidos...leves gemidos..movimientos....

Habían pasado cuatro días desde que Mateo llevó al malherido Medín a la Masía; se acercó junto a su lecho y observó cómo tenía los ojos abiertos y aunque en un estado de semisueño daba los primeros sintomas de querer volver a la vida.

Mateo le tomó la mano, Medín desorientado y torpe le miraba sin saber a ciencia cierta ni si estaba vivo, ni quien era, ni de donde venia, ni donde estaba; su debilidad incrementaba su sensación de auténtico desazón...sólo sentía alivio al notar el amor que le transmitía el contacto físico con Mateo, quien decidió permanecer a su lado sin dirigir palabra, esperando que Medín fuera poco a poco despertando de su letargo (!No hay que precipitarse!, se repetía Mateo); así transcurrió una hora hasta que Plácida se levantó; !Schsssssssst!, parece que quiera despertar...debemos dejar que sea él quien marque la pauta, no debemos inquietarle ni agobiarle...lo único que debemos hacer es estar junto a él, mostrarle nuestro cariño y dejar que su cuerpo vaya reaccionando.

Mateo decidió marchar a sus labores y le pidió a Plácida que no le dejara un momento sólo; las corralizas con los cerdos, las gallinas, los conejos y la mula podían esperar.

Mateo esperó a que Plácida se aseara para, con una hogaza de pan y un buen taco de jamón en su zurrón, ausentarse hasta el atardecer.

Plácida no soltaba la mano de Medín; le recordaba al hijo que no tuvieron ya que murió en el parto y le transmitía una paz y una ternura que hacían que Medín, desde su confusión, fuese poco a poco despertando.

Sus ojos, los de Medín, se fijaban a través de su mirada en los de Plácida a la vez que ésta le apretaba levemente la mano.

Ya al mediodía Medín balbució...¿Dónde estoy? ¿Quién soy?...Plácida no supo bien qué responderle y sólo atinó a decir...!Estás a salvo, hijo mío! !Estás a salvo!.

Medín se durmió como un bebé, su respiración ya era perceptible y su rostro mostraba un bienestar que tranquilizó sobremanera a Plácida quién aprovecho para arreglar un poco la Masía y calentar el puchero para comer algo.

Antes de atardecer Mateo había vuelto, impaciente preguntó a Plácida cómo iba..

- Va bien, Mateo, el muchacho está volviendo a la vida...pero muy poco a poco.

Después de cenar Mateo decidió pasar la noche junto a Medín y sin soltarle la mano esperar, esperar y esperar.

Era lo único que podía hacer.

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